Aprender a no disfrazar la tristeza

carlesmarcos Artículos 1 Comment

Si la semana pasada hablábamos del miedo como emoción que necesitábamos gestionar, esta semana nos vamos a la tristeza. Partiendo de la idea que todas las emociones son adaptativas, es decir que las necesitamos para poder vivir, la tristeza es de esas emociones que en muchas ocasiones que no nos gusta vivir y que intentamos enmascarar. La tristeza es una reacción psicológica y biológica natural que percibimos cuando sentimos la perdida de algo o alguien. Necesitamos vivirla en su justo contexto y no disfrazarla como decía antes, para no caer en una depresión. La rabia y la tristeza la confunden algunas personas porque entienden que llorar es un síntoma de debilidad, y prefieren reprimirlo sobre todo públicamente. Ocurre más en los hombres y seguramente por un hecho cultural…»los hombres no lloran”, o sino poneros en la situación de esa película que estáis viendo en el cine, ¿qué se yo?…, Titanic por ejemplo, que al final como sabéis muere hasta el apuntador y como no podía ser menos el público muestra tristeza mediante el llanto u otras expresiones y de repente te encuentras con “ese” poniendo cara de estreñimiento impidiendo mostrar la emoción que le pertoca. Precisamente pasa en algunas ocasiones al revés, es decir cuando lo que toca seguramente es vivir la rabia ante un hecho injusto. Y aquí también nos topamos con el contexto cultural al afirmar que algunas personas (más las mujeres) no exteriorizan el enfado seguramente por lo “mal visto” que era manifestar este tipo de emociones, al menos antiguamente. Hace tiempo escuché un bonito cuento sobre la rabia y la tristeza que lo suelo contar en mis cursos de manera resumida cuando abordamos esta temática. Es de Jorge Bucay y se llama La furia y la tristeza y me gustaría compartir con vosotr@s.

«En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta… En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas. Había una vez… un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente…

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.

La furia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua…

Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró… Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza… Y así vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad… está escondida la tristeza.»

Cómo dice Bucay, los cuentos están para ser contados y no para ser leidos…Comparto con vosotros el cuento…

 

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