Mañana tengo una presentación. ¿Qué hago?

carlesmarcos Artículos 4 Comentarios

¡Vamos mal, muy mal en temas relacionados con hablar en público!. Creo que no me invento nada si digo que es un problema histórico en nuestro entorno más próximo que tienen desde políticos pasando por directivos y llegando a cualquier persona que en un momento dado tenga que hacer una presentación o charla para los suyos. La raíz del problema nace en la escuela.

Considero que no nos entrenan y no nos potencian esas habilidades emocionales necesarias para perder esos miedos y ponernos delante de los que quieran ser, y exponer lo que queremos con seguridad. Desde mi experiencia como formador en esta temática, pienso que al final se trata sobre todo de estar seguro de lo que hablas y también que cada uno llegue a reflexionar sobre lo que le hace estar nervioso a la hora de salir al «escenario». Solo así, desde la reflexión individual se puede llegar a superar esos pequeños problemas que nos impiden dar de si en estas situaciones que nos incomodan sobre manera.

Comparto un reportaje que habla sobre el tema titulado ¡Socorro!¡Tengo que hablar en público! aparecido hace unas semanas en el XL Semanal y realizado por Julián Díez.

«El tema no es menor: puede uno sufrir taquicardia, hiperventilación, rigidez muscular, molestia estomacal… incluso ataques de pánico en toda regla. «Casi todos los que me contratan son estudiantes que deben presentar su doctorado, opositores o empleados que deben hacer presentaciones en su trabajo, porque la necesidad de hablar en público está a la orden del día», explica Natalia Gómez del Pozuelo, experta en comunicación y oratoria, además de autora de libros como Libérate del miedo a hablar en público o Hablar en público con éxito. No se trata, por tanto, de dar conferencias ni nada parecido. Al igual que asumimos que es necesario redactar correctamente, aunque no seamos novelistas, la necesidad de hablar en público se multiplica en el mundo de hoy. En otras culturas, en particular la estadounidense, la capacidad de comunicación ante un auditorio más o menos amplio forma parte del bagaje de cualquier profesional de éxito. La última plasmación de ello es el éxito de las charlas TED (tecnología, entretenimiento, diseño), que se han convertido en un fenómeno gracias a su difusión gratuita a través de YouTube. Escritores, artistas, emprendedores de nuevo cuño o científicos difunden sus experiencias y conocimientos en breves intervenciones con un tono desenfadado.

Jeremey Donovan, uno de los organizadores de TED Talk, ha explicado los aprendizajes obtenidos en el libro Método TED para hablar en público (Ariel), recién traducido al español. Aunque no todas sus enseñanzas sean trasladables al ámbito cotidiano empresarial o educativo, muchas de ellas sí pueden tener alguna aplicación. Por ejemplo, la necesidad de seleccionar para los oyentes una sola idea central, «que cambie su forma de concebir el mundo o le convenza de pasar a la acción». «Tus relatos pueden inspirar a los demás; lo único que necesitas es aprender a compartirlos con todo tu ímpetu emocional», señala igualmente.

Hay dos territorios que conquistar para hablar en público de forma satisfactoria, según explica el psicólogo José María Buceta, autor de Hablar en público (Editorial Dykinson) entre casi una veintena de libros divulgativos: «Por un lado está el miedo a ser evaluado negativamente por los demás, lo que se plasma en el temor a hablar en público, entre otras cosas. Cuanto más se vaya evitando, ese miedo crece. Y por otro están las personas que carecen de habilidades apropiadas para impactar en la audiencia. Fracasan en transmitir una emoción que los conecte con los oyentes y les deje huella».

Quien sufre glosofobia, el término médico para el temor a manifestarse en público, en primer lugar debe reconocer el problema para buscarle una solución. El tema no es menor: la sintomatología incluye incremento de la frecuencia cardiaca, hiperventilación, rigidez muscular, molestias estomacales, sudoración… Pueden producirse ataques de pánico en toda regla. Además, aunque la glosofobia es una consecuencia de la inseguridad personal, también puede convertirse en un desencadenante de problemas posteriores: si las situaciones de tensión se multiplican, afectarán a la autoestima, extendiendo ese mismo temor al fracaso a distintos ámbitos que podían marchar con seguridad previamente. Buceta insiste, por tanto, en que el primer paso es dejar de evitar las situaciones de este tipo, a fin de no hacer crecer la fobia. Cuanto más nos sometamos a situaciones que nos provocan temor, aunque su resolución no sea del todo positiva, menos temor nos causarán. El segundo paso puede ser, en caso de necesidad y de imposibilidad de superar el miedo con ejercicios de exposición pública, ponerse en manos de un profesional. Un psicólogo nos aleccionará para enviarnos mensajes internos positivos, detectar los pensamientos negativos o realizar ejercicios de relajación básicos, sean respiratorios o paradas de pensamiento con técnicas conductistas.

Pero también existen recetas caseras que pueden servir para casos leves o para personas que solo excepcionalmente tengan que ponerse ante un auditorio. La primera es, por supuesto, hacer el esfuerzo de dominar a fondo el tema. No aprenderse de memoria el texto, sino tener claro en la cabeza un esquema sobre el que, a partir de nuestros conocimientos, podamos desenvolvernos. Incluyendo, por supuesto, la información necesaria para responder posibles preguntas. Un buen orador no necesita material adicional, Power Points o papeles. Solo conocer el tema», explica Buceta. Es fundamental que en ese esquema destaque cuál es el mensaje básico que queremos transmitir: Donovan insiste en que para las charlas de TED recomiendan que cada conferenciante tenga claro «un lema inolvidable, de tres a doce palabras, que se repita al menos tres veces».

Con la seguridad de pisar terreno firme en lo que vamos a explicar, hay que ponerse a prueba, aunque sea en un ambiente controlado. Gómez del Pozuelo recomienda «ensayar con alguien que sepa del tema que vamos a tratar. Y si no es posible, al menos grabarnos, aunque sea con el móvil, y ver con ojos críticos el resultado». Buceta añade que, en caso de que no haya otra opción, puede ser interesante practicar delante de familiares y amigos, «como un apropiado primer eslabón en el caso de personas con mucho miedo. La confianza crece cuando se comprueba que se es capaz de hacerlo, y un entorno cómodo facilita el éxito del ensayo».

Dentro de la necesaria mentalización para la gran cita, un elemento clave es la comprensión del público. Como señala Gómez del Pozuelo, «dejamos de temer lo que aprendemos a conocer». Hay una idea fundamental al respecto repetida por todos los expertos: nuestros oyentes no desean nuestro fracaso y tardan bastante en advertir nuestros nervios. Además, en la mayor parte de los casos estarán interesados por lo que queremos explicar, con lo que es probable que contemos incluso con su simpatía de entrada. El interviniente debe aceptar a sus interlocutores como personas cercanas: al menos lo serán en lo que se refiere a intereses personales o profesionales. Una vez comenzado el discurso, es importante mantener el nivel de atención de la audiencia, lo que supone un problema para las personas con dificultades para conectar emocionalmente con los demás, pero tiene un perfil sencillo de resolver según este psicólogo: «En pocas sesiones de trabajo se pueden aprender pautas útiles, que dependerán de las fortalezas y debilidades de cada uno. Desarrollar tanto habilidades emocionales como organizativas, no verbales (ubicación, expresiones, gestos…), paralingüísticas (tono, volumen y velocidad de la voz), verbales y de contenido».

Natalia Gómez del Pozuelo insiste igualmente en que el índice de resolución de estos problemas entre quienes acuden a un profesional es muy alto; y en que los beneficios de solventarlos se extienden más allá de la necesidad profesional, porque «hablar en público fomenta herramientas tan útiles como el pensamiento crítico, la capacidad de síntesis o el trabajo en grupo creativo». Y debe de ser cierto que se consigue salir del problema, puesto que los dos oradores más famosos de la Antigüedad, Demóstenes y Cicerón, reconocieron haber sido glosófobos en su juventud.

Oradores con estrella: ¿por qué los escuchamos?

-Cicerón. Es, con Demóstenes, el gran orador de la Antigüedad. Destacó por su voz clara, por el buen acompañamiento de gestos, por la estructura del discurso y por el empleo de ideas fuerza.

-Emilio Castelar. Presidente de la Primera República, se lo considera el mejor orador español. Gran comunicador gestual, incluía referencias cultas y apelaciones prácticas a la gente.

-Winston Churchill. Capaz de movilizar a un país ante una derrota cierta, al inicio de su carrera tenía problemas para hablar ante el público. Lo resolvió elaborando muchos de sus textos y ensayando en el atril.

-Martin Luther King. Siguió la tradición del sermón, con la cadencia, convicción y herramientas del predicador. Fue un maestro de los silencios y del uso de las ideas fuerza, como la famosa «tengo un sueño».

-Barack Obama. Tiene un equipo de escritores, pero define las líneas de sus textos. Comunicador nato, estructura su discurso según modelos clásicos, apelando al público con simpatía no forzada y total apariencia de sinceridad.

-Steve Jobs. El padre del nuevo modelo de discursos. Antirretórico, todo en él era minimalista. En su desnuda sencillez capta totalmente la atención del espectador por contraste con una sociedad demasiado ruidosa.

-Bill Gates. A diferencia de Steve Jobs, Gates era muy aburrido al hablar ante otros. Eso cambió en 2009 cuando, con entrenamiento, realizó una presentación en TED sobre la malaria y sus actividades filantrópicas que epató al público.

Claves para hablar en público

-UN BUEN COMIENZO: El primer recurso fundamental es arrancar con buen pie, tener muy rodados los primeros minutos para cobrar confianza y entrar en calor. Jeremey Donovan recomienda un guion estricto para el comienzo y propone tres tipos de arranques: una vivencia personal, una afirmación asombrosa o una pregunta que requiere imperativamente respuesta. Siempre con una primera mención al mensaje clave de la ponencia.

-UN ERROR NO IMPORTA: ¿Rectificar, y por tanto reconocer la equivocación, o seguir adelante? Los expertos coinciden: no es lo mismo un error puntual en un dato que una omisión. En el primer caso, según Natalia Gómez del Pozuelo, «es preferible admitirlo para no dar la sensación de que se está equivocado. Algo natural, un ‘disculpen ustedes’, y seguir adelante». Otra cosa es una muletilla repetida, que debe eludirse en lo sucesivo, sin reconocer su uso. Tampoco es bueno disimular con comentarios campechanos del tipo «me he hecho un lío, pero ya lo resuelvo».

-LOS BLOQUEOS: Ante la posibilidad de que surjan, José María Buceta insiste en ser previsores. «Ayuda que la intervención no esté aprendida de memoria, sino con un guion flexible que permita en caso de duda seguir adelante». Si el problema se produce en cualquier caso, «hay que tomar un pequeño respiro para beber agua y, mientras tanto, recuperar la última idea que se recuerde y continuar a partir de ahí; o dar por terminado ese tema y saltar al siguiente; o tener preparado algo específico como escapatoria».Mensaje claroEl mensaje que se va a transmitir debe estar clarísimo para el conferenciante y debe dejarlo claro para quienes escuchan. Donovan insiste en que para las charlas de TED recomiendan que cada conferenciante tenga claro «un lema inolvidable, que se repita al menos tres veces».

-LA FUERZA DE LA MIRADA: El orador que mira al suelo o al techo queda en evidencia. ¿Dónde dirigir la vista? Jeremey Donovan aconseja dividir al auditorio en parcelas e ir alternando la mirada durante un minuto a cada una de ellas. Buceta señala como un error la recomendación habitual de buscar «caras amigas» para afirmarse: «El truco puede calmar la ansiedad, pero al final supone ignorar a los otros. Un error». Otro frecuente en presentaciones de trabajo es la de centrarse en el jefe. Gómez del Pozuelo incide en que «de ese modo los demás se irán mentalmente del discurso, y el propio jefe terminará por asimilar las manifestaciones de impaciencia de los que lo rodean».

-AÑADA ALGO DE ‘PIMIENTA: ‘La tradición estadounidense de la exposición en público que refinan las conferencias TED utiliza de forma continua el humor, de un modo que puede resultar chocante para el profesional español. Sin embargo, Natalia Gómez del Pozuelo invita a terminar con los prejuicios: «Al final, lo que se valora son los resultados. Si un jefe piensa que su subordinado se pasó tal vez un poquito de atrevido, lo olvidará tan pronto como vea que su intervención ha convencido a los clientes o a los compañeros».

Día D: todo bajo control

¿Qué hacer en el propio día de la exposición?

Los expertos coinciden en una serie de normas básicas para que no haya un detalle de última hora que distraiga al ponente:

-Tomar alimentos de fácil digestión. Transmitir buena imagen sin usar prendas incómodas. Las corbatas no ayudan si asfixian.

-Llegar con tiempo al local para familiarizarnos con él. Comprobar los micros, la buena sonoridad, la disposición del público.

-Unos ejercicios de respiración pueden resultar de ayuda si estamos habituados a ellos.

-Con frecuencia resulta positivo charlar unos instantes con los oyentes que hayan llegado en primer lugar. Ver que efectivamente se interesan por lo que tenemos que decir ayudará a humanizarlos.

-Tener a mano agua y emplearla puntualmente no solo para mejorar la voz, sino para hacer pausas.

-Leer no es conveniente, pero tener a mano notas para casos de emergencia puede brindarnos seguridad.»

De vez en cuando es bueno ver alguna de esas presentaciones lúcidas y así modelar lo positivo del orador. Como no podía ser menos os dejo ese discurso mítico de Steve Jobs realizado en Stanford.

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 

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