El aplauso como reconocimiento

carlesmarcos Artículos Hacer un comentario

A todos nos gusta que nos reconozcan el trabajo que realizamos. Es un elemento de motivación clave que sirve de motor para continuar haciendo bien las cosas. En el ámbito en el que me muevo profesionalmente, el de la formación en las organizaciones, el factor del  reconocimiento es primordial experimentarlo. En mi opinión, el feedback positivo recibido por parte de los participantes en un curso, es el mejor premio que uno puede tener tras un curso.
Algunas veces este feedback viene por las valoraciones escritas, una vez finalizada la formación. Otras veces, son los comentarios que te hacen los alumnos dando muestras de agradecimiento. Pero, desde mi experiencia, el más emocionante es cuando recibes un aplauso sincero tras concluir la sesión.
Quiero compartir con vosotr@s un bonito y emocionante relato llamado «El aplauso más largo» que trata el tema del reconocimiento. Es un texto que he extraido del gran libro «La química de las relaciones», con el permiso de su autor Ferràn Ramon-Cortés. Quiero dedicárselo a tod@s esos formadores que se lo «curran» para que sus cursos sean atrayentes para sus clientes.
«Félix se había preparado intensamente para el curso. Por la presión del cliente, que, queriendo controlarlo todo, había hecho que se entrevistara con diferentes directivos para explicarles el proyecto, y por sus propias ganas de hacer un excelente trabajo.
Desde la semana anterior repasaba diapositiva por diapositiva las presentaciones, calculaba con minuciosidad los tiempos de los ejercicios e iba anotando todo tipo de comentarios que podrían ayudarlo a conducir mejor la sesión.
Y llegó el día del curso. En una magnífica sala de un monasterio cuidadosamente restaurado, cuarenta y cinco altos directivos de una empresa esperaban expectantes su intervención.
Félix arriesgó en aquel curso. Era un grupo de directivos de alto nivel y no podía quedarse en algunos conceptos superficiales. Les propuso ejercicios que los hacían ir más allá de su zona de confort. Abrió el diálogo, la controversia, y los hizo trabajar con intensidad. Minuto a minuto, hora a hora, dio toda su energía para que el curso fuera un éxito.
Al final de la jornada, un agotado Félix cerró la sesión:
-Si no tenéis más preguntas, esto ha sido todo por hoy. Muchas gracias por vuestra entusiasta participación.
Un sonoro aplauso llenó la sala. Un aplauso intenso, lleno de energía. Un aplauso que sonaba distinto, interminable, que no cesaba… Como en los grandes conciertos, aquellos cuarenta y cinco directivos le dedicaron  a Félix un verdadero aplauso de gala.
Félix lo recibió con ilusión al inicio, e incluso se sonrojó al ver cuánto se prolongaba. Pero los directivos seguían aplaudiendo con entusiasmo.
No fueron necesarios más palabras ni más comentarios. Nadie sintió la necesidad de añadir nada a su término. Aquel prolongado aplauso fue, para aquel grupo de directivos, su particular manera de agradecerle a Félix su trabajo.
El reconocimiento explícito, mediante palabras, puede fácilmente acabar resultando empalagoso. «No podemos anclar todo el santo día diciéndole a la gente lo bien que lo hace», me replicaba un ejecutivo al que quería convencer de las bondades del reconocimiento. Y tenía razón. Acabaría banalizándole y perdiendo todo su valor. Pero esto no significa que debamos renunciar a ello.
Un reconocimiento verbal mal expresado puede dejar de ser un peso positivo en la balanza emocional para convertirse incluso en un peligroso peso negativo. Porque hay palabras que, según en boca de quién y en qué momento se pronuncien, suenan inevitablemente falsas. Hay gente que ha logrado disciplinarse en proporcionar constante reconocimiento a los demás, pero se nota que no lo sienten. Los delata la fórmula utilizada y/o el tono en que lo hacen, y acaba por ser un reconocimiento de puro «manual de management».
En cambio, hay gestos o actos que resultan inequívocos, que hablan mucho más alto y más claro que las palabras. Gestos y detalles que llegan al corazón, que se perciben auténticos porque realmente lo son, y que constituyen memorables reconocimientos que se transforman en verdadero oro en la balanza.
Félix aún relata el episodio descrito tres años después de que sucediera. Ha impartido muchos más cursos, ha recibido excelentes evaluaciones formales por escrito, y, sin embargo, cuando le preguntan, todavía habla de aquel largo aplauso».Comparto con vosotr@s un vídeo de un buen conferenciante como Emilio Duró, que nos habla sobre el optimismo sin perder algo muy importante que ha de tener un buen formador: el sentido del humor.

 

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